jueves, 24 de noviembre de 2011
ATRINCHERADOS
>>>Cota + 650, en una de las trincheras de Mina La Esperanza, frente a un conglomerado de cantos redondeados, el exiguo grupo de 8 componentes escucha embobado y cejijunto la disertación del facultativo Barcaiztegui...-“...estamos, pues, ante un tipo de aglomeración de materiales, comúnmente conocido en la zona como Pudinga”, proclama el erúdito, seguro de sí y de su público. La caterva de rufianes exhala un lento suspiro que resuena en la montaña, a la vez que repite la palabra con fervor y respeto, como si fuera una letanía:..-.” MUDIINNGAA” ...Barcaiztegui, curado de espantos y de una pierna mocha, reprime un exabrupto...-“####%#...¡Pudinga, lelos!!!, ... y esta senda por la que transitamos, en su momento fue la caja de vía de un tren minero, que comunicaba las diferentes bocaminas con sus planos inclinados”...seguía disertando el instruido Marín a sus boquiabiertos alumnos, bajo un cielo gris y opaco...La cuadrilla se encontraba en uno de los frentes de las minas riosanas, tras haber penetrado por el Valle de Cenera, acometiendo sendas y pistas que los elevaron, no sin esfuerzo y dolor, hasta las laderas del Llosoriu y Campa Braña. Conformaban la recua, hábilmente dirigida, el Vigilante Echevarría, los caballistas Gordejuela y Acedo, el rampero adoptado Bermudez, el mecánico-tubero Blas, Moya el barrenista, siempre con la pólvora cargada, y los pinches Guzmán y Mancha, cerrando línea. Hasta ese momento, el tramo había tenido de todo, desde caminos de suave transitar, hasta trochas de una inclinación contundente, que demolían las fuerzas de la mayoría de los picadores....(-“¡Miralo!!!, pero ¿qué se ha tomado??”... -“ para mi que debe ser el tinto cazurro, o la cecina...”) . Siempre bajo la altiva mirada del Gamoniteiro, y pisando hojarasca recién caída, se superó la aldea de Villameri, faldeada en la ladera, para tomar una de las trincheras de la zona. La antigua caja de ferrocarril se ha convertido en un sendero de fácil rodar, solamente unos espinosos y un poco de barro intentaban dificultar la marcha. Se observan con facilidad testimonios pretéritos que languidecen en la broza: bocaminas, planos inclinados, contrafuertes, muros de contención.
A poco que uno se deje seducir por el entorno, escucha el silbido de las locomotoras de vapor chirriando con dificultad en las estrechas curvas, y vagoneros ayudando con barras a que las pesadas vagonetas no descarrilen, mientras en el interior de los túneles retumba el seco estruendo de la dinamita y el lejano golpeteo de los martillos neumáticos.
Seguimos en silencio, respetando la memoria del la montaña, con la mirada puesta en el frontal Angliru y la Foz de MORCIN, hasta finalizar la trinchera, por debajo de Collado Plano. Es este un lugar de difícil acceso, (su túnel está derrumbado), donde las monturas, aún entrando engañadas, se tornan rebecas y reculan con descaro. Ni uno hubo de los feroces exploradores que consiguiera llegar sano y salvo a la cima; el pinche Guzmán, que lo intentó, con sus huesos en un zarzal dio. Una vez en el Collado Plano, y tras un respetuoso saludo a un compañero caído, desembalose un ligero refrigerio, que sorprendió al iniciado Bermudez, al que hubo que alimentar debidamente. Acabadas las escasas viandas, decidimos la continuación de la ruta en sentido descendente, con el pozo Nicolasa a tiro de barreno, a pesar de los avisos de don Marín, que alertaba de una debacle al final de la vereda escogida. Así fue, tras un feroz descenso por caminos y pedrazales, en uno de los cuales quedó Gordejuela un poco despellejado, las huestes afrontaron una fatigosa escalada hacia las alturas de Puente La Luisa. Se inició en ese momento una franca persecución en pos del adalid de la ruta, cuyas pérfidas intenciones nos habían abocado aquel desastre, el que no llegaba con las piernas, lo hacía con el verbo. Una vez sosegados ánimos y resuellos, ya solo restaba dejarse caer hacia Rimenes, con la seguridad del GPS, eficaz ayuda donde las haya ...(-“...estoo...¿Pablo lleva Walkie???.... -“Por qué?... -“porque lo estoy viendo al otro lado del valle...”...).
La justicia de las montañas, siempre equilibrada y digna, consintió que el líder y dos secuaces, se extraviaran en un descenso, teniendo que volver sobre sus pasos para reunirse con el resto del pelotón, cómodamente avisado por un lugareño.
El retorno a los carruajes y las despedidas de los compañeros presos de sus obligaciones dio fin al turno de trabajo, que algunos cerraron en un mesón de la zona, donde cerraron la jornada, con unos más que buenos alimentos y bebercios.
...”Pssstt...pssstt...” ...-“¿Qué?, ¡que nos va a pillar el profe...!” ...-“la cuatro, dime la cuatro, ¿cómo se llamaban los pedrolos esos de ahí arriba? ...-“ espera que la miro........apunta: ¡MANDINGA!...” ...-“ Aaaahhh, como los de África, gracias amigo...”...
ATRINCHERADOS
lunes, 24 de octubre de 2011
BRAÑAGALLONES 2011.....¡POR LA PATILLA!!
Aquí la tropa, que acarreaba algún que otro pinchazo, se iba alargando, como suele ser menester en las cuestas y cada uno ocupaba su lugar habitual en el destacamento: Los asfalteros Ramón, Fredo, y Fran, en vanguardia; por detrás, un rosario de ciclistas en tierra de nadie y, al fondo del valle cuidándonos las espaldas, el omnipresente director con su ya famosa reductora metida, acompañado de Blas y su prominencia.
El pedrero termina a los pies del bosque, por el que descendemos, ahora montados, en un suave rasgar de hojarasca, de pronto, un tronco del tamaño del brazo de Popeye asalta mi rueda trasera, clavo el freno temiéndome lo peor, derrapo a la izquierda, a la derecha, controlo, levanto rueda trasera, giro sobre mi eje, me suelto del manillar, hago un 180º…(bueno, vale, que paré…). Una vez en el suelo, comprobamos los destrozos, el cambio está amarrado a un radio, la patilla doblada…no hay problema, tengo patilla de recam…un sudor frio asciende por mis perneras…la patiiiilla!!!. Unos momentos después y tras desmontar desviador y tirar de la patilla entre Huiiiiís y ufffffes de la concurrencia, que parecía aquello una boda, con los piñones intermedios desaparecidos, y un soniquete en la grupa trasera, emprendemos la marcha. Solo restan un par de kilómetros hasta la braña, que se hacen largos por ser casi todos en leve ascenso, pero los parajes nos recompensan, con las bayas de los acebos relucientes al sol. Brañagallones, cuyo nombre también recuerda a esos grandes pollos negros, que solo vemos ya por los documentales, está tan guapa como de costumbre, poblada de vacas y montañeros, y observada desde lo alto por la Peña‘l Viento, la Rapaina y el Cantu’l Oso. Nos hacemos las fotos de rigor y descansamos un poco tirados en la pradera. El descenso de la Braña no es tal, no, es un sube y baja, largo, eso sí, pero de ningún modo cómodo, en cuanto te das cuenta, ya estás otra vez en plato pequeño. En una de las curvas, atemorizados ante la aparición de un Chema desbocado y derrapante, cual psicópata de frenopático, un numeroso grupo de paseantes se sube a un desmonte de forma apresurada, reprendido el joven Mulero, reduce su velocidad durante dos metros…Unas paradas en los miradores para observar el entorno sobre el río Monasterio, encajado allá en lo jondo, y de nuevo en marcha, ahora sí, en franco y rápido descenso hacia Bezanes.
...y colorin colorado....
BRAÑAGALLONES 2011.....¡POR LA PATILLA!!
martes, 4 de octubre de 2011
VAYA CALÓ PISHA, PILOÑA 2011
El feroz místico, arrebató de las temblorosas manos del pasante el cayado que este portaba, y acelerando el paso...
VAYA CALÓ PISHA, PILOÑA 2011
El feroz místico, arrebató de las temblorosas manos del pasante el cayado que este portaba, y acelerando el paso...
miércoles, 28 de septiembre de 2011
REGALOS INESPERADOS
Los mejores regalos son los inesperados. Aquellos que se entregan sin pensar en que realmente lo son, sin motivo alguno ni fecha señalada, y que se reciben con la frente arrugada, las cejas levantadas y la boca entreabierta, o lo que es lo mismo, con cara de sorpresa. Seguro que cualquiera de vosotros sabe de qué hablo, porque quien más quien menos, a todos nos han alegrado el ánimo un instante, unas horas, unos días con uno de esos detallinos. Y uso el diminutivo en su acepción de cariño, que no de medida, pues esos regalos no se cuantifican ni por su volumen ni por su valor.
La pereza que arrastraba durante la mañana del viernes pensando en los preparativos del viaje y en los 430 kilómetros hasta San Martín del Castañar se fue tornando en diligencia por la tarde, a medida que organizaba la maleta con precisión ingenieril para embutir todo lo que mis dos chicas habían colocado encima de la cama y cuadraba, con no menos dificultad, las bicis en el thule. Salida de Gijón un tanto tortuosa y, tras 5 horas de viaje, avanzada la noche, súbitamente a la vuelta de la última curva, aparecieron las lucecillas que iluminan las apretadas calles de San Martín. Ese fue el primer regalo, para la vista, del fin de semana. San Martín ha sido incluido en mi lista de rincones del mundo donde no me importaría dejar un tiempo de mi existencia. Sus calles y sus casas, como ya he dicho apretadas y dibujando maravillosos rincones, el castillo, la fuente, el portalón, la plaza de toros, conforman un pueblecito de cuento medieval. Los 5 metros de eslora de nuestra nave se mueven mal por los entresijos de San Martín, a la búsqueda del que va a ser nuestro hogar por dos noches. Un lugareño, que gracias a las bicis nos identifica como amigos de Nacho, enseguida reconoce nuestro despiste y orienta la proa hacia La Abadía de San Martín. Desembarcamos, damos buena cuenta de las viandas que fugazmente ocupan los platos, un pis y a la cama, “que mañana es día escuela”.
Ya es sábado. El claqueteo de las calas por los pasillos del hotel despierta primero a nuestras santas, que todavía duermen o lo intentan; más tarde el mismo ruido, corregido y aumentado gracias al empedrado de las calles, hace lo propio con las almas que habitan el trecho que dista desde La Abadía hasta casa de Nacho, donde reposan nuestras monturas.
A buen seguro que alguna pestaña entreabierta se habrá acordado de nuestra familia o, a lo peor, habrá imaginado de buen agrado las northwave, shimano o sidi alojadas en cierta parte de nuestra anatomía. Tras una breve tournée por la villa nos abastecemos del agua que mana de los dos hermosos caños de la fuente de la Plaza Mayor, nos retratamos con el castillo y el atípico coso rectangular de fondo y salimos a toda prisa hacia La Peña de Francia. ¿Y por qué lo de la urgencia? Todavía me lo estoy preguntando, porque cuando vas en un grupín de amigos, lo que ganas en pedaleo lo pierdes en esperas. Pero lo cierto es que unos cuantos integrantes del mini pelotón no se encontraban a gusto con el hueco dejado por las zapatillas que los importunados vecinos nos hubieran introducido en salve sea la parte, y decidieron ocuparlo con unas buenas guindillas. El picante hizo su efecto y los susodichos devoraron sin piedad los 7 primeros kilómetros de asfalto.
Abandonamos la carretera, dejando atrás El Casarito, y comienza el duro ascenso a la Peña. El camino dibuja un apretado zig-zag, lo que se traduce en …, para qué os lo voy a contar, si todos los que estáis leyendo estas letras sabéis de sobra el significado de esos trazados: sangre, sudor y, para desgracia de Josmar, rotura del buje trasero y final de su aventura. Una pena Josmar, no te va a quedar más remedio que repetir el año que viene. Poco a poco el resuello no da para más y las piernas pierden la batalla contra la pendiente. Me veo obligado a echar pie a tierra, aprovechando como excusa la falta de tracción ante un tramo de piedra suelta. La jugada me sale mal, porque el habilidoso escalador de la GT amarilla ¡qué bici más cojonuda! me pasa sin necesidad de apearse. A partir de aquí como ir a San Fernando, un ratito a pie y otro … bueno, pedaleando. Según se gana altura, los castaños y robles dejan paso a los pinos y el matorral. Llegamos ya al via crucis, a escasos aunque exigentes metros de la cima. El tramo es duro pero ciclable. Subo al tran-tran, padeciendo mi propio calvario, y ocupo mi cabeza en mirar las rocas sobre las que avanzamos y su contenido, distraídamente, a medida que las sobrepaso. Cuarcitas y pizarras del Ordovícico, de unos 480 millones de años de edad. Voy dejando atrás, permítame el lector una pequeña licencia geológica ya que uno padece degeneración profesional, varias crucianas, unos restos de trilobites, una laja con ripples y un gran afloramiento de roca donde se observa perfectamente la esquistosidad. Y así, embebido en la curiosidad científica, alcanzo la cima y encuentro de nuevo un regalo para la vista: Sierra de Gata a un lado, Monsagro al otro, y allí enfrente, Las Batuecas y La Alberca.
Un descanso para recuperar fuerzas mientras visitamos el enclave dominico, aunque lo realmente impresionante es el paisaje, y a continuar la ruta. Nacho, sabedor de la desbandada que se avecina dado lo técnico de la bajada, que disfrutaremos como nenos, y de que cada cual se toma su tiempo en el negociado de las curvas y del pedregal, advierte: “el cruce está marcado con carteles. TOMAD EL QUE SALE A LA IZQUIERDA”. Pero Trapote, rebosante de adrenalina, sordo y ciego de ansia, dispuesto a batirse contra el sendero tras haber subido por carretera, se va por su otra izquierda, y no oirá los gritos de Nacho y el teléfono de Vicente hasta 2 kilómetros más abajo. Le toca subir y al resto del personal esperar, para alegría de los tábanos. Y como a perro flaco todo son pulgas, tras el esfuerzo de reintegrarse al pelotón, el desdichado Trapote primero cata el suelo y luego se envalentona contra una piedra que sobresalía del suelo con muy mala leche; la contienda se salda con un llantazo de la rueda trasera de su Spe.
Con tanto contratiempo acumulamos un retraso de dos horas, y se me informa por vía telefónica que en el punto de avituallamiento cunde la impaciencia, que las viandas están más que preparadas, a la vista y el olfato de infantes y mayores, que salivan más que los perros de Pávlov. Por fin arribamos a El Cabaco, donde aguardan las familias y …. la pitanza. Un nuevo regalo, por supuesto por reencontrarnos con los nuestros y por el cariño puesto en el recibimiento y en los preparativos, pero como la cosa va por lo sensorial, esta vez le toca al gusto. ¡Ay Esther!, insuperable esa tortilla patria (con permiso de cada una de nuestras madres que, como todo el mundo sabe la mejor tortilla de patata es la de mamá), qué embutidos, menudo vino y de postre un bizcochín para mojar en el café y chuparse uno a uno estos diez que aporrean el teclado.
Tras la opípara ingesta toca seguir disfrutando del pedaleo y del paisaje de la sierra salmantina. Nos guía Nacho hasta unas labores mineras donde los romanos nos dejaron su impronta y, de paso, sin oro. Los muy jodidos no necesitaron las modernas técnicas de exploración geofísica y geoquímica para dejarnos a dos velas. Continuamos hacia Nava de Francia, atravesando magníficos bosques de robles y castaños, con algún alcornoque y madroño dispersos, que sobresalen entre las jaras. Pienso en que me gustaría ser testigo de la explosión de colores que debe acompañar al inmediato otoño. Y al poco de abandonar Nava, nuestro anfitrión, tan esplendido como el rey de Tebas al que debemos ese palabro, nos condujo hacia el siguiente regalo. El camino se estrecha hasta desaparecer y nos adentramos en un berrocal. Entre los tolmos de granito crece lavanda y algún tomillo, un verdadero obsequio para el olfato. Rodamos despacito entre el laberinto de berruecos, sorteando piedras, hoyas y maderas, en un “pasa tu delante que a mí me da la risa”. Y a medida que avanzamos rodando sobre los arbustos el olor se intensifica; y me vienen a la cabeza recuerdos de mi infancia que, no os preocupéis, no voy a relatar; y vuelvo a disfrutar como ese niño.
Como quien no quiere la cosa nos acercamos a San Martín, pero Nacho aún nos guarda una última sorpresa. Nos detenemos en un cruce con un angosto sendero advirtiéndonos que el camino se las trae, por la abundancia de piedra grande y suelta. Vamos, que las tiene todas para que alguno acabe la jornada dejándose los cuernos. Deserción de algunos integrantes de la tropa, que optan por tomar la vía rápida. Otros aún lo dudan, pero el oficial al mando sabe a quién debe obligar a seguirle, conocedor de que ese último tramo será una recompensa para los que disfrutamos de la bici de montaña. Y a tenor de los comentarios y expresiones de los que seguimos al salmantino, estaba en lo cierto.
Volvemos a la fuente de donde partimos. Volvemos a refrescar el gaznate. Y volvemos a retratarnos. Pero esta vez aplacadas las ansias mañaneras y cansados, con ganas de remojarnos debajo de una buena ducha. Dejamos las burras aparcadas en el establo de casa Nacho hasta mañana. El que ha rememorado la jornada del sábado dedicará el domingo a dar pío cumplimiento del tercer mandamiento de la ley de Dios, a santificar la fiesta, léase dar un paseín con sus chicas, que son eso, unas santas. Así que dejo a la voluntad de algún otro la crónica ciclista dominical.
Gracias Esther y gracias Nacho, por esos regalos inesperados, y sobre todo por el cariño con el que nos los habéis entregado.